martes, 1 de abril de 2008

MOBY



“Te llamo dos minutos antes de comenzar la entrevista; espera en el portal porque arriba no hay sitio”, pide la asistente de Moby, que promociona Last Night desde su apartamento en el barrio neoyorquino de Nolita. En efecto, en casa del músico no hay espacio para recibir a las visitas. Moby ha vendido más de 15 millones de discos, pero el loft donde vive desde 1995 no es muy diferente al de cualquier moderno del barrio, incluyendo el estudio donde trabaja y una segunda planta para dormir. Le digo que me lo encuentro todo el rato por la calle, que desayuno en Teany –la tetería que abrió junto a su ex novia–, que tengo más de una camiseta de Little Idiot –la tienda de diseñadores que apadrinó en el Lower East Side– y que envidio su megachalet minimal en el campo –lo vi en un programa de casas de famosos–. “Ya no tengo ninguna de las tres cosas. Mi vida ya era demasiado complicada como para mantenerlas”, aclara este chico de 42 años y cara de no haber roto un plato que ha recorrido el planeta de cabina en cabina desde los años 80. Moby se sienta y responde sin pestañear.

¿Qué cuenta este nuevo disco, Last Night?
La idea era hacer un disco de dance que fuera como una noche de nueve horas en Nueva York, condensada en 65 minutos. Mi barrio está lleno de bares y yo salgo mucho, así que quería hacer un homenaje a la noche neoyorquina.

Imagina que estás en un club y escuchas este álbum por primera vez. ¿Qué harías?
Es muy ecléctico para ser un disco dance. Hay rave, hip hop, house, temas más tranquilos... Si estuviera en un club, algunas canciones me harían correr a la pista y otras ir a la barra a pedir una copa.

Last Night también da nombre a tu canción preferida en este trabajo. ¿Y si esta fuera tu última noche?
Creo que la pasaría solo, trabajando en mi estudio y escuchando música. No puedo pensar en nada mejor. Me gusta esa canción porque es como si las demás condujeran a ella en una larga noche de fiesta en Nueva York. Una noche loca que acaba en este tema calmado. Además, es la única con una letra seria. El resto son divertidas, pero ésta tiene una profundidad emocional que me encanta.

El veterano rapero Grandmaster Caz te acompaña en I love to move in here, un tema que suena a ‘hitazo’. ¿Siempre buscas un éxito cuando cocinas un disco en tu estudio?
No soy un artista de radio y nunca sé lo que va a funcionar. Sólo trato de hacer discos que me gusten. Si algo acaba siendo un éxito, fantástico. Si no, también bien. En mi anterior trabajo tenía una canción con Amaral y cuando sacamos el álbum nadie pensó que iba a ser un single en España. Como ves, nunca podría dedicarme a eso en una discográfica. Hay gente como Justin Timberlake, Timbaland o Robbie Williams que son muy buenos haciendo éxitos. Yo no tengo ni idea. De hecho, me he equivocado muchas veces.

Volviendo a la noche en tu ciudad, ¿cómo ha cambiado desde los 80, cuando empezaste a pinchar?
Nací en Harlem, me mudé a Connecticut y volví a los 22. Conozco esta ciudad como la palma de mi mano. Nueva York fue sucia y peligrosa durante años. Ahora es muy segura y próspera, pero la noche todavía es excitante, con cientos de bares, clubs y locales de conciertos. Muchos dicen que ya no es tan interesante como hace 20 años, pero yo simplemente creo que es diferente. No es que sea peor; es diferente. Y si quieres peligro, aún lo puedes encontrar.

¿Cómo eran entonces la música, las drogas y la gente, tres ingredientes básicos en una pista de baile?
Es interesante porque el disco murió en todos los sitios excepto aquí. En el 87 nadie sabía sobre música dance fuera de Nueva York. No había periodistas de Japón o España en la ciudad escribiendo sobre música dance. La escena existía sólo en los clubs negros, latinos y gays. Pero a medida que avanzaron los 80, la urbe se convirtió en un lugar oscuro, con mucha gente muriendo de sida y enganchada al crack. Nueva York empezó a ser como Sarajevo: una ciudad sitiada. La gente siempre ha tomado drogas. Hubo un periodo entre el 90 y 91 que en los clubs sólo había éxtasis porque el crack daba mucho miedo. Ahora hay de todo, pero afortunadamente ya no hay muertes tan a menudo.

¿No te cansas de pinchar?
Tocar en directo es fantástico, pero las giras no lo son tanto. Vives en un autobús, duermes mal, te despiertas en un aparcamiento, estás lejos de casa durante meses… Pinchar es todo lo contrario. Es fantástico porque tienes mucha conexión con la gente. A mí me gusta hacerlo en sitios pequeños, en familia, donde cada noche es una fiesta completamente distinta. A diferencia de las giras, en las que haces el mismo set cada noche, cuando pincho puedo ser espontáneo y cambiar en cada sesión.

¿Dónde estás ahora?
Pincho un jueves al mes en Hiro (el club del Hotel Maritime; calle 16 con avenida 9). Y mi lugar preferido es Nublu (avenida C y calle 4) porque es pequeño, sólo para 85 personas, y puedo experimentar.

¿Por qué Nueva York, ‘la ciudad’ para casi todo, está todavía detrás de Berlín o Londres en música electrónica?
No lo sé. Supongo que el acercamiento a la música aquí es muy distinto, mucho más ecléctico. Me encanta Berlín, pero es una ciudad llena de alemanes. Me gusta Londres, pero es una ciudad llena de británicos o europeos. Nueva York, sin embargo, está llena de gente de todo el planeta. Los neoyorquinos son negros, blancos, latinos, asiáticos. Quizá no se toman la música tan en serio y cuando salen, lo que quieren es divertirse.

¿Qué piensas de fenómenos como las fiestas de Misshapes (tres veinteañeros muy de moda en la noche neoyorquina de los últimos años) en la escena del downtown?
Es fantástico. Lo mejor de Nueva York es que, aunque sea segura y rica, siempre tendrá fiestas como las de Misshapes o Motherfucker (sus cuatro componentes se separaron hace unos meses tras siete años llenando clubs) donde la gente baila y se divierte. Nueva York siempre va a ser una ciudad para noctámbulos porque los bares abren hasta tarde, nadie conduce y el transporte público te lleva a todas partes.

Mezclas góspel, tecno, rap, ambient... ¿Hay algo que te gustaría hacer que todavía no hayas intentado?
La mayoría de los discos los he hecho en esta casa, a tres metros de donde estamos ahora sentados. Así que sería muy interesante hacer un álbum en un estudio desconocido. El mío es demasiado familiar. También me gustaría hacer más colaboraciones con otros artistas porque durante la mayor parte de mi vida he trabajado solo.

“Tan aplaudido por ponerle cara al anónimo género de la electrónica como despreciado por trivializarlo”, dicen de ti. ¿Te reconoces en esta etiqueta?
Es demasiado simple. Llevo mucho tiempo haciendo discos muy diferentes: comerciales, experimentales, pop, underground… Yo no soy mejor ni peor que otros artistas, pero sí más difícil de encasillar. Eso no significa que sea bueno en lo que hago, si no que he tenido una extraña carrera.

Otra descripción de Moby: cristiano y vegetariano radical.
No creo que haya ningún radicalismo en mis creencias y me gustaría que la gente piense en mí como músico.

¿Hacia dónde va la música electrónica?
No tengo ni idea. Lo mejor es que cualquiera puede hacerlo. Antes necesitabas un gran equipo para hacer electrónica. Ahora es mucho más democrático: basta con un ordenador.

¿Qué has hecho en estos últimos dos años, entre Hotel y Last Night?
He estado trabajando en mi estudio y en una web que no se conoce mucho en Europa: www.mobygratis.com, así en español, en la que ofrezco música gratuita a estudiantes y cineastas independientes. He volcado temas que no voy a incluir en mis discos para que puedan utilizarlos gratis.

Fuiste muy activo en las elecciones de 2004. ¿Preparas otra campaña anti-republicana para las presidenciales de noviembre?
No creo. En 2004 luchábamos contra el dictador instalado en la Casa Blanca. Ahora la política está volviendo a la normalidad, los demócratas han ganado poder y la popularidad de Bush está bajo mínimos.

¿Crees que Estados Unidos está preparado para tener a una mujer o un negro al frente de la Casa Blanca?
Creo que sí. EEUU tiene una gran capacidad de cambio, y tener un presidente negro o mujer enviaría un mensaje muy positivo al resto del mundo. Al menos serviría para demostrar que este país no está tan loco como ha parecido estar durante los últimos seis años.



Revista MAN

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