Con diez discos a sus espaldas, el bisoño que emprendió una cruzada de pop iconoclasta en los noventa ahora nos trae Modern Guilt, que continúa con sus exploraciones, lo cual nos dice que el nuevo disco de Beck es lo mismo pero no es lo mismo.
Cuando un artista lleva diez discos a cuestas lo más sensato sería eludir la reinvención como termómetro único de la valía de un disco. Mejor quedarse con los logros de su carrera, reconocer como parte del ciclo vital de cualquier formación el mimetismo de su propia obra y evitar la tentación de hacer leña del árbol caído con eso de que cualquier-tiempo-pasado-fue-mejor. Y eso también vale para el geniecillo de California, que se ha pasado toda su vida huyendo de los lugares comunes; balanceándose en los extremos, dando palos de ciego y claro, firmando algunos de los clásicos de los noventa. Pero, Beck, como todos los mortales también ha dado síntomas de agotamiento creativo en algún pasaje del trayecto. En su caso fue “The Information”, una especie de biopic discográfico de su obra, un inventario general donde conjugaba los ingredientes más comunes de su receta: folk, pop clasicista, hip hop y esos gestos psicodélicos a los que nos ha ido acostumbrando. Esta nueva aventura discográfica, “Modern Guilt”, no prepara una revolución pero sí muestra la obra de un artista inquieto que da una nueva vuelta de tuerca a su subrayada personalidad. En este caso a través de una supuesta concreción, el álbum sólo cuenta con diez temas que apenas superan los tres minutos cada uno (“deseaba que todas las canciones del álbum fuesen de dos minutos, pero luego di rienda suelta a cada una de ellas”, explica) y una producción más encarada a la melodía. El poco minutaje, sin embargo, no esconde su congénito impulso de experimentación y el marcado eclecticismo de toda su carrera. Se nota, además, la mano del inclasificable Danger Mouse (en funciones de productor) y su querencia por el reciclaje que tan bien casa con la propuesta post-moderna del autor de “Odelay”. Entre lo mejor del lote, el tema que abre el disco “Orphans” (pliegues melódicos a lo Beach Boys con la colaboración de Cat Power), la psicodelia alucinógena de factoría Flaming Lips en “Chemtrails”, el pop orquestral de “Walls”, el sonido robótico con guiños a Squarepusher de “Replica” o la angustiosa “Profanity Prayers”, que ahonda en las partituras de los Radiohead de “Bodysnatchers”.
Autor: Dídac Peyret
Mondosonoro.com
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