Sofía solía decir que cuando era niña había ido una vez al Circo. Ella suele recordarlo con mucha precisión. Una vez me contó la anécdota en el living de su departamento, era un anochecer de lunes de invierno, hacía mucho frío afuera, yo recién llegaba a dejarle unos libros. Sofía me hizo un café caliente, al que bebí con mucho placer, por el frío que habia tomado afuera pero fundamentalmente porque soy un adicto al café, sobre todo en invierno.
Sofía era de un pueblo del interior, y el imaginario del circo evidentemente era poderoso en ella. Sofía contó que la había llevado una tía materna a la que queria mucho, supongo que es de esas tías buenas que todos tenemos. Fue una tarde de otoño, cuando Sofía era niña. Ella dice que tenía 7 años, una tarde de domingo en el circo que visitaba el pueblo. Ella recuerda que disfrutó mucho de los trapecistas, de los acróbatas, del mago a quien recuerda de manera especial, ella todavía no puede deducir el truco de la persona adentro de la caja que es cortada con un serrucho a la mitad, también recuerda los animales y también a los payasos.
Mientras Sofía me contaba, ella parecía revivirlo en sus ojos, y yo también disfrutaba de su recuerdo devenido en relato, yo veía en sus ojos, me imaginaba la cara de los payasos, la del mago, imaginaba el rostro de Sofía niña, fue un momento muy especial la de ese lunes al anochecer, porque a partir del recuerdo de Sofía volví a mi niñez y con un poco de melancolía recordé mi cuenta pendientes de la infancia, y es que yo nunca fui a un circo.
martes, 27 de mayo de 2008
No pudo ser
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