Hace un tiempito conocí a trvés de un documental proyectado en el Cine club municipal. Se trata de Andrés Caicedo.
La conclusión es simple. Caicedo era ya un bloguero en aquellos setenta.
Noche sin fortuna
Sentado en mi taburete yo contemplaba: Que Antígona había puesto los codos sobre los flaquitos flaquitos brazos de mi primo, las rodillas sobre sus muslos esmirriados, dejándolo, pues, inmovilizado. Empezó a frotarle las orejas hasta dejárselas rojas y luego se las arrancó a mordiscos. Siguió con la nariz, las encías, luego a lamerle la manzana de Adán, y él no protestaba casi, yo veía como sus ojos giraban por todo ese cuarto, cuadros de sus padres, fotos ampliadísimas de paseos y fincas, fusiles sin balas, yo sentado, asombrado, quieto, sintiendo como mis granos ebullian, contemplando como era devorado mi primo, y ella ni se movía casi, a no ser que su estómago bajara y subiera sobre él en la respiración agitada del que come con hambre.
¿Cuanto haría que ella no comía? ¿Qué pensaría mi primo, le abrí la puerta al primer visitante y me dejó entrar la muerte? Y no la muerte a secas señores, la muerte en esa forma. Luego ella empezó a susurrar las palabras más amorosas del mundo y bajó la mano y le bajó el cierre relámpago de su Blue-jean Levis y tenía el pipí parado! me levanté muerto de celos, patié esa mano que agarraba el miembro en forma de pepino, enorme para su edad.
Mi primo soltó un berrido, ella me voltió a ver con carne blanca y pelos negros en la boca y me alejó con una especie de resoplido de ballena o de tigre y tiburón. "Está bien, está bien",pensé, y me senté de nuevo.Ahora el que hablaba era él.
Decía que le lamiera primero el pecho y que después mordiera, ¿Así?", decía ella, y acto seguido mordía, y él "sí, así", y luego "más duro", y ella "¿más duro qué?", "la lamida, la lamida", decía él, claro, por que la mordida no podía ser, porque cada mordida era duro, debía doler terriblemente. Reloj en mano comprobé cuanto duró la cosa, hasta los huesos, hasta que ella no necesitó agazaparse sino reclinarse como en posición yoga y chupar los fémures, exquisitos, los cartílagos de codos y rodillas, le dio una chupada a cada bola de cada rodilla, no dejó una sola sobra, un solo desperdicio, operación limpísima, limpísimo el esqueleto de Mariátegui mientras yo sentía un río de agua hirviendo adentro y podía avergonzarme del olor que despedía mi piel toda, lista para ser comida, ella respiraba cada vez más espaciadamente y luego se echó sobre el esqueleto y reposó, y yo me paré del taburete inquieto, y te pregunté: "¨Y ahora yo? ¨Y yo qué?". Ella no me contestó: dormía. "Noche sin fortuna"
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