Por Michel Onfray
La gente que piensa votar NO a la Constitución Europea es una cretina, paleta, imbécil, inculta, de poco poder adquisitivo, poco cerebro, poco pensamiento, pocos sentimientos. No posee títulos, ni libros, ni cultura, ni inteligencia. Esa gente vive en el campo, en las provincias. Son pueblerinos, pécoras, catetos, paletos. No tienen sentido de la Historia, no saben lo que es un gran proyecto político. Ignoran las bondades del Progreso. Se mueren de miedo.
Esos mismos imbéciles son lo que votaron NO a Maastricht, ignorando que el SÍ les iba a aportar poder adquisitivo, el fin del paro, el pleno empleo, el crecimiento, el progreso, la tolerancia entre los pueblos, la fraternidad, la desaparición del racismo y de la xenofobia, la abolición de todas las contradicciones y de todo el negativismo de nuestras civilizaciones posmodernas y, por lo tanto, capitalistas en su versión liberal.
El elector del NO es populista, demagogo, extremista, infeliz, reaccionario. Es el prototipo del hombre resentido. Su voz se mezcla además con la de los fascistas, izquierdistas, alter mundialistas y otros partisanos ligeramente vichystas de la Francia más rancia, los viejos tiempos sobrepasados por la feliz globalización. Digámoslo sin rodeos: un soberanista es un perro.
Por el contrario, el elector del SÍ es genial, lúcido, inteligente. Posee una buena cuenta corriente, un inmenso encéfalo, una gigantesca visión del mundo, una hipertrofia del sentimiento de generosidad. Es un erudito, presume de poseer una estupenda biblioteca, está dotado de un saber sin fronteras, de una sagacidad inaudita, tiene propiedades en la ciudad, es un urbanita convencido, parisino a ser posible. Tiene un gran sentido de la Historia y además no se pierde ni uno de los avances de su siglo. Conoce el Progreso, ignora el miedo. El debordiano Sollers, el sartriano BHL y el kantiano Luc Ferry son claros ejemplos.
Por supuesto el del SÍ votó SÍ a Maastricht y comprobó que, como era de esperar, los salarios aumentaron, el paro disminuyó y se fortificó la amistad entre las comunidades. El votante del SÍ es demócrata, moderado, feliz, se siente bien, es equilibrado, analista de toda la vida. Su voz se mezcla, además, con la de la gente que, como él, odia el exceso: el cristiano demócrata liberal, el chiraquiano de convicción, el socialista miterrandiano, el patrón humanista, el ecologista mundano. Es difícil no ser del SÍ...
Ciudadanos ¡reflexionad bien antes de que sea demasiado tarde!
Fuente: www.michelcollon.info [Traducción del francés: Marta Veiga Bautista]
Política del rebelde, Tratado de la resistencia y la insumisión [crítica]
Perfil Libros, Básicos, Buenos Aires, 1999, 288 págs.
Publicado en V de Vian, Buenos Aires, 1999
Un discípulo de Zenón trató de convencer a Diógenes, mediante una serie de argumentos que reducían al absurdo el concepto de movimiento, que el movimiento no existía. Diógenes se levantó y se puso a pasear. Dos mil quinientos años después, un tedioso neoidealismo sigue mordiéndose la cola con razonamientos del tipo: “Si Nietzsche dijo que Dios ha muerto, y eso significa que los valores que construyeron Occidente han muerto, ¿cómo vamos a proponer otros valores, puesto que el concepto mismo de ‘valor’ sólo es comprensible desde la metafísica occidental que estamos criticando?”. Y así sucesivamente. Se trate de la muerte de Dios, o de la del hombre, o de la de los grandes relatos, Michel Onfray, el libertario, acepta el diagnóstico pero refuta las consiguientes argumentaciones nihilistas. Lo hace de la misma manera en que su precursor Diógenes, el cínico, refutaba a los dialécticos: se levanta y pasea. O, mejor dicho, escribe.
El resultado es Política del rebelde: tratado de la resistencia y de la insumisión, donde formula una filosofía, una ética y una política hedonistas, libertarias y de izquierda, nombres o calificativos que en ningún momento se cristalizan para configurar una prescriptiva. A Michel Onfray no le interesa trabajar con conceptos “limpios, transfigurados por la filosofía”, sino con lo individual concreto encarnado. Este método que, remitiéndose a la disputa medieval de los universales, él mismo llama “nominalista”, se deduce de la experiencia que vació definitivamente de sentido a los viejos valores: los campos nazi de concentración, máxima expresión del proyecto racionalista, universalista y normativo. Siguiendo la vía de los deportados Robert Antelme y Primo Levi, Onfray se propone pensar un mundo donde se evite el retorno de cualquier cosa que pueda siquiera parecerse a la barbarie nazi. Su primer paso consiste en desarrollar una antropología y una ética a partir de cuatro verdades descubiertas en los campos de concentración: existe una sola especie humana; esa especie no es una abstracción sino que se resuelve en cada existencia particular; lo que hace a la irreductibilidad de cada una de estas existencias es su individualidad (y no, como lo quiere la tradición, su ser “sujeto”, “hombre” o “persona”); y cada individuo está condenado a sí mismo.
Establecido este individualismo y denunciadas “todas las formas de campo de concentración posteriores a la liberación en los campos nazis, incluidas las catedrales del dolor que son las fábricas, empresas y otros lugares organizados y administrados por el capitalismo”, Onfray procede, en las siguientes secciones del libro, a construir una política sobre, por y para ese individuo. El corazón de su convocatoria, la “figura nueva”, es Mayo del ’68, cumplir, terminar, perfeccionar lo que allí quedó inconcluso: las posibilidades abiertas por el pensamiento de Deleuze y Foucault; la demolición de la familia mononuclear como modelo normativo único y su reemplazo por las experiencias intersubjetivas de todo tipo; el trabajo ya no entendido como una fatalidad sino en relación limitada a las necesidades del propio consumo; la perspectiva de una “economía generalizada”, que se practique no como una actividad separada sino integrada a los demás dominios del individuo. “Antes los teólogos hacían la ley; ahora son los economistas.”
Onfray, además de libertario furioso, es un conocedor a fondo y un expositor prolijo de la filosofía oficial que critica (incluyendo al marxismo) y de la tradición alternativa que ofrece: una voluntad de libertad que atraviesa a los cínicos, Max Stirner, Proudhon, Nietzsche, Blanqui, La Boétie, y tantos otros. (Hay un anexo con bibliografía temática.) Quizás habría sido preferible, sin embargo, que se hubiera limitado a tomar de los cínicos el desprecio por las convenciones sociales, la prédica de igualdad y el ejercicio de la autarquía, y que hubiera dejado de lado esa forma literaria cuyo desarrollo se les atribuye: la diatriba.
Los antagonistas que Onfray desafía son inevitablemente siempre los mismos, los defensores del orden institucionalizado, y la prédica con que los enfrenta en cada sección del libro se vuelve redundante. El inconveniente no oscurece el filo de la vertiente afirmativa de su discurso, donde se destacan una espeluznante descripción de la pobreza en Francia; su teoría del individuo soberano; y, en la última parte, las propuestas para una acción obrera adaptada a las necesidades contemporáneas.
1 comentario:
Hola!
Felicitaciones por la iniciativa de hacer este blog!!! Muy interesante la entrevista... es eso q la gente necesita.. historia y arte!
Saludos brasileños.
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