domingo, 22 de julio de 2007

Zapping

por Daniel Link

Lo más irritante de las teorías a la moda (y por eso mismo, pasajeras como aves de estación) sobre las relaciones entre tecnología y vida cotidiana es el irreflexivo optimismo o el populismo claudicante que suelen preconizar. Los ideólogos de la televisión por cable intentaron siempre convencernos de la diversidad de la oferta cultural que significaba contar con setenta canales a nuestra disposición. Insistieron, en su momento, en las propiedades democráticas y prácticamente revolucionarias del zapping, que permitía al televidente el armado de imágenes y secuencias narrativas libradas a su soberano arbitrio. Nosotros, que durante mucho tiempo hemos estado acostándonos temprano, con televisión por cable y con control remoto, sabemos hasta qué punto estamos presos de la ronda nocturna por los canales que integran el paquete de nuestros "favoritos" (nadie es tan demente como para pasar por el stock completo) y el hastío que las horas dedicadas a esas buscas insanas nos provocan. El zapping es una adicción y, como toda adicción, sólo sirve para matar el tiempo y anestesiar nuestra conciencia.

César Aira, un atentísimo observador de nuestro presente, ha escrito en el final de Un sueño realizado una disparatada teoría según la cual la dirección impuesta al zapping implica una determinada progresión cualitativa. En una dirección (digamos: hacia los números altos), la calidad mejora; en la otra dirección, la calidad empeora. Independientemente de su valor de verdad, esa teoría, de todos modos, no nos salva de la tiranía del zapping (¿cuántas veces hemos traicionado la promesa de que ésta, precisamente ésta, es la última ronda?), ni nos sirve como venganza, revancha o esperanza de encontrarle sentido a esa práctica por completo narcotizante, a ese veneno.

Cada uno de los libros de relatos de Fontanarrosa era esperado con impaciencia por sus fanáticos seguidores. Es que el rosarino era otro atento (fino e inteligente) observador de la realidad y, como tal, un sabio en lo que a la televisión se refiere. Cada uno de sus libros de cuentos podría entenderse como una venganza contra la televisión, contra tantas horas muertas y tanto aburrimiento. Porque los libros de relatos de Fontanarrosa han funcionado siempre de acuerdo con el mecanismo del zapping, el pasaje brutal de un universo temático, de un registro narrativo, de un estilo a otro, a otro, a otro. Más allá del tono paródico que pudiera tener tal o cual relato, lo cierto es que la obra narrativa entera de Fontanarrosa funciona como un espejo monstruosomente paródico de la tortura a la que nos somete la falsa libertad del zapping.

Alguna vez Cortázar reagrupó todos sus cuentos bajo tres títulos diferentes ("Ritos", "Juegos" y "Pasajes"). Seguramente harían falta muchos rubros más para dar cuenta de la extraordinaria amplitud de registro de Fontanarrosa (después de todo, un escritor postelevisivo y contemporáneo del cable). En el penúltimo relato de Te digo más... y otros cuentos (Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 2001), "Yoli de Bianchietti", un emperador de una remota galaxia comunica en el año 2018 a la humanidad: "Conozco absolutamente todos los secretos y constumbres de vuestro planeta ya que, en nuestra galaxia, recibimos las ondas de televisión y radio emitidas en la Tierra". Fontanarrosa nos dice que todos y cualquiera de nosotros puede ser emperador de la galaxia y que cualquiera y todos nosotros podemos ser víctimas de la televisión por cable. El omnipotente monarca informa al planeta Tierra que "a través de las emisiones de canal de cable que, viajando por el espacio estelar, llegan a su lejana galaxia, se ha enamorado perdidamente (es la palabra que usa) de Yoli de Bianchetti, conductora del programa Cocinando con Yoli de la ciudad de Casilda".

Están los cuentos "Discovery Channell", los cuentos "canal á", los cuentos "Volver", los cuentos "ESPN" y, naturalmente, los cuentos "Nikelodeon" (la lista es provisoria), todos mezclados de acuerdo con la lógica demencial del adicto insomne. Cada lector encontrará, naturalmente, su registro de cuentos predilectos, como cada uno tiene su canal de cable preferencial.

Hay que insistir, una vez más, en la magistral agudeza de los relatos de la serie (por llamarla de algún modo) "Volver". En Te digo más...: "Mamá", "Te digo más", "Yamamoto", "Caminar sobre el agua", el deslumbrante "Una playa desierta", por ejemplo. En el coloquialismo, en el pintoresquismo, en el memorialismo que domina en esos cuentos radica la mayor fuerza y la mayor sutileza narrativa de Fontanarrosa. Es en esos cuentos donde la parodia aparece más amortiguada y menos puesta al servicio de un mero efecto formal. "Mamá" bien podría ser un cuento de Manuel Puig en el que se oye la voz del Toto, el protagonista de La traición de Rita Hayworth. Como Toto, como el Quijote, como Emma Bovary, todos los narradores de Fontanarrosa están marcados (arruinados, podría decirse) por la cultura industrial. En el último cuento de esta compilación, "Una playa sobre el agua", se lee: "Lo que siempre soñé, seamos francos. El sueño de cualquier hombre que se precie de tal. Irse diez días a una playa desierta, acompañado por una mina nueva que está buenísima. Cómo ha influido el cine en todos nosotros". Locos por las películas de guerra, locos por las aventuras antropológicas o arqueológicas, locos por las comedias románticas, locos por los libros de autoayuda, locos por la historia o locos por el fútbol, los personajes y narradores de Fontanarrosa van fracasando en su intento por hacer que sus vidas se parezcan a los irrisiorios modelos que han elegido. Fascinados, los lectores no podemos sino seguir esas peripecias como quien asiste a su propia condena.

Pero lo que nos salva de estar condenados del todo es precisamente la alegría militante con la que comprobamos que alguien (por lo menos) ha podido construir un "buen" objeto a partir de esa lógica del zapping que nos tiene capturados para siempre. El triunfo de Fontanarrosa (no el de sus personajes, muchas veces ruines y casi siempre fracasados, ni el de sus narradores, a veces excesivamente manieristas), la carcajada que nos arranca en sus mejores momentos, es nuestra esperanza. No es que Fontanarrosa nos salve del absurdo en el que vivimos (en ese sentido no hay salvación posible) pero al menos su obra nos sirve de venganza. Hay alguien capaz de poner en su lugar (como el perito calígrafo de "Un barrio sin guapos") nuestras más recurrentes pesadillas, esas que nos asaltan, sobre todo, cuando estamos despiertos.

No hay comentarios: