Por Francisco Gatto
La mujer regresó del entierro a las siete de la tarde. Apenas abrió la puerta de su departamento, se quitó los zapatos, el tapado y colgó la cartera en el espaldar de una silla.
Después fue hacia la heladera y sacó una botella de agua. Se sirvió un vaso hasta el borde y lo bebió todo. Hacía casi veinticuatro horas que estaba despierta, desde cuando recibió el llamado.
Se sentó en un sillón y miró a su alrededor. Un incipiente dolor de cabeza comenzaba a molestarla. Dudó entre ducharse ó recostarse a descansar. Se decidió por esto último. Fue hasta la cama y sin quitarse la ropa se tendió boca arriba. Cerró los ojos y en ese preciso momento sonó el timbre del departamento.
Se acercó a la puerta y observó por la mirilla. No vio nada. Preguntó quién era y no escuchó respuesta. Volvió a preguntar. Nadie respondió.
Volvió a la cama y antes de recostarse miró el reloj. El dolor de cabeza aumentaba lentamente. Se quitó la ropa y esta vez se dispuso a dormir.
Cuando logró conciliar el sueño sonó el timbre por segunda vez.
Encendió la luz, se levantó y fue hacia la puerta, descalza. Corrió la mirilla y solo vio la oscuridad del pasillo. Preguntó quién era.
Contempló los pasadores de la puerta. Tenía dos y estaban cerrados. Verificó la cerradura. También cerrada. Se quedó un rato parada, sin hacer nada, solo mirando la puerta. El dolor de cabeza seguía en aumento. Se sentía muy cansada. Antes de volver a acostarse decidió prepararse un té, pero cuando fue a la alacena se dio cuenta que la caja estaba vacía.
Entonces volvió a tomar agua y se acostó. Esta vez tardó en dormirse y cuando lo logró soñó con el velatorio y el entierro. El sueño fue largo y continuo, desde el principio hasta el desenlace. Las imágenes se le presentaban borrosas. La despertó nuevamente el timbre y se dio cuenta que durante el sueño había llorado. Encendió la luz y fue hacia la puerta.
Se paró frente a ella y trató de escuchar. El silencio era demasiado nítido; perfecto. Esta vez no preguntó quién era ni corrió la mirilla. Llevó una silla hasta la puerta, se sentó y se quedó un largo rato, mirando.
Después se levantó, se vistió con las mismas ropas que se puso para el entierro, fue al baño, se miró en el espejo y se peinó ligeramente. Aún tenía los ojos llorosos cuando volvió hacia la puerta. Se plantó frente a ella, corrió los pasadores, giró dos veces la llave, tomó el picaporte y mientras abría muy despacio, dijo serenamente:-Pase-.
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