La mañana de martes era la fecha programada para mi vuelta a la escuela. En el marco de las clases de apoyo y tutorías para alumnos con dificultades habíamos programado dos clases en febrero de cara a los exámenes de fines de este mes.
Llegué puntual a las 9 horas como estaba acordado con la coordinadora y la psicóloga de la escuela. Me encontré con todas las preceptoras en pleno festejo de vuelta, sus cuerpos lucían bronceados y descansados. Ellas, muy amables como siempre, me saludaron calurosamente junto a la directora y la secretaria. Inmediatamente pasé a la oficina donde se encontraban las también adorables coordinadora y psicóloga. Ellas, luego del afectuoso saludo, me informaron que no tenía alumnos para enseñar pero que estaban planeando la ambientación para primer año para la semana próxima.
Si bien afortunadamente no tengo horas en primer año hasta el año pasado si tenía en otra escuela y por ende participé en las jornadas de ambientación del ciclo anterior. Como se imaginarán el mangazo no se hizo esperar: -¿“Nos podrías ayudar”? me pareció cruel negarles la ayuda, así que de inmediato empecé a tirar ideas. En cinco minutos cambié toda la planificación inicial que ellas tenían, organicé una jornada deportiva, juegos recreativos, algunos de los cuales los aprendí en la facultad (y no tuve pedagogía alguna), propuse modificar los horarios, planteo que fue aceptado sin cuestionamiento alguno
Al cabo de 45 minutos (aprox) las jornadas de ambientación estaban listas.
Y así transcurrió la mañana de un reinicio distinto de ciclo lectivo…
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