Por la mañana fui jurado para elegir reyes y reinas. La producción estuvo a la altura de las circunstancias, hasta voté a lis reyes ganadores, no así a las reinas, mi voto no alcanzó para que ellas ganaran, son las reinas morales.
Por la tarde una vez más al quirófano, de nuevo frente a las luces que parecen pequeños platos voladores girando a mi alrededor, mirándome, buscando el momento exacto para la emboscada fatal. Antes de la micro cirugía una larga espera, a tal punto que me fui de la clínica a dar vueltas por ahí, me senté en un banco dentro del cabildo, ahí estaba fresquito. Afuera la calurosa siesta empezaba a quemar preludio de la llegada de la primavera. Sobre la esquina tocaba en vivo una banda de regue, como coloreando el calorcito de los ocasionales transeúntes que caminaban por ahí. Volví a entrar a las carpas de la feria a manera de despedida imprevista (no estaba en mis planes volver hoy) recorrí algunos stand, tome algunos libros, leí sus contratapas, releí algunas hojas de Wilde, el calor seguía sin dar tregua. Me senté sobre uno de los bancos de la plaza San Martín, uno sobre él que ya estaban sentadas dos chicas que hablaban y hablaban sin respiro. Me quedé ahí haciendo tiempo, me remordía no haber llevado nada para leer, si en esta feria es cuando más he comprado y no he traído nada para leer.
Pasada una hora me dispuse a volver a la clínica, caminé lentamente las cuatro cuadras de distancia hasta entrar, anunciarme por segunda vez, de ahí sentarme a esperar y levantarme y volver a sentarme para volver nuevamente a esperar. Cuando ya eran las cinco de la tarde recién pude pasar a la antesala del quirófano, otros veinte minutos y a las seis y media (aprox.) ahí si pasé al quirófano ese que describía más arriba. La micro cirugía duro unos 5 o diez minutos, no lo sé con precisión, en esos momentos de toqueteo en uno de los ojos no hay mucho para pensar, solo soñar con que todo termine lo más rápido que se pueda, como el deseo que solía tener cuando era niño cuando las tormentas eléctricas se apoderaban de los últimos meses del año y yo ahí encerrado en mi habitación esperando que terminara, rezando cuanto santo encontrara en la casa para pedirle que deje de retumbar el piso de ruidosos truenos.
Los cinco o diez minutos que duró la operación fueron algo dolorosos, capaz que más que en la cirugía anterior, mientras el pinche de unas agujas parecían entrar y salir de mi ojo por la radio una publicidad de Coca Cola que instigaba su última promoción cuyos premios están ahí en sus tapitas, en la publicidad la voz de una señora que decía haber ganado un auto con solo abrir una gaseosa cola. La señora que hablaba era mi tía, reconocí su voz al instante, más allá de que también aclaró su apellido, que es el mío también.
Minutos después todo terminó, “Venite mañana a las 9” dijo el doc.
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