lunes, 27 de septiembre de 2010
Crónica de un lunes por la mañana.
El día parecía terminar apenas empezado
La lluvia, la molesta lluvia de lunes por la mañana había estropeado la jornada laboral. Volvía a casa antes de la nueve de la mañana, la escuela sin luz y con agua hasta en los escritorios, así no se podía. Inmediatamente hicimos el acta de suspensión de clases. Salí presuroso de la escuela entre saludos de algunos alumnos que aún quedaban en la puerta del establecimiento, tal vez esperaban a sus padres para que los vinieran a recoger, en ese momento no me lo pregunté, solo quería volver a casa. Afortunadamente esta vez llevaba paraguas, había sido una sabia decisión llevarlo, y no por la lluvia exclusivamente. En realidad momentos después agradecería el paraguas y fundamentalmente la lluvia.
Como decía salí caminando presuroso de la escuela, la profe Luly me acompañaba, caminamos dos cuadras entre charcos y veredas rotas hasta llegar a la librería. Compramos cospeles para seguir viaje cada uno a su casa en la misma línea de colectivo pero en sentido contrario. Llegamos a la plaza Lavalle, me despedí de la colega a quien le dije: “Nos vemos más tarde” e inmediatamente después agregué: “Ojala que no”!!! Más tarde nos esperaba una mesa especial de examen y el examen es lo que menos disfruto de esta actividad. Si la lluvia continuaba los problemas persistirían y se suspendería el turno tarde, también tengo clase con ese quinto año de sociales a última hora, bueno en ese caso si me lamentaba porque es un grupo que disfruto mucho.
La cuestión es que después de despedirme de mi colega crucé la San Jerónimo para esperar el E7 de otro lado. En la parada estaba una mujer delgada con un glamoroso saco rojo y pantalones negros, ahí nomás la bauticé: “La dama de rojo”. Ella también esperaba el colectivo al igual que yo. La lluvia comenzó a aumentar, en un segundo se hizo insoportable y el E7 no se caracteriza por venir cuando más lo necesitas. Era imperioso que actuara como un caballero y le ofrecí a la muchacha que se cobijara en mi paraguas. La lluvia era persistente así que no tuvo alternativa y se acercó.
Empezamos a charlar, digamos a comentar lo mal que había empezado la semana, la mujer que supongo debe tener la misma edad que yo, de nombre Marcela, de piel trigueña y un cabello negro y lacio con un flequillo sónico perfectamente acomodado, pero lo que más me impactó fue su tono de voz, era de un tono aporteñado y soberbio, como chica de gran ciudad, segura y esplendorosa, mejor imposible decía yo para mis adentros. El colectivo seguía sin llegar, la lluvia parecía no terminar y nosotros de charlar. La dama de rojo me dijo que se dirigía a abrir un negocio el cual atendía cerca de casa por la dirección que me apuntó, más precisamente a dos cuadras de mi hogar, o casualidad, que buena noticia era esa.
El tiempo transcurría y a ella se le hacía tarde, obviamente ni noticias del E7 así que nos tomamos el primer taxi que pasó, en este caso un remise que paró frente a nosotros, cerré el bendito paraguas y nos subimos al auto. Al cabo de 10 minutos llegamos a destino. La dama de rojo no me recibió el dinero a pesar de mi insistencia y pagó ella, nos bajamos, me agradeció y nos despedimos, por hoy…
sábado, 25 de septiembre de 2010
Read my mind
En la esquina de la calle principal,
intentando mantener la linea.
Dices que quieres que nuestra relación avance, y
que yo estoy retrocediendo.
¿Puedes leer mi mente?
¿Puedes leer mi mente?
Realmente nunca renuncié
a evadirme de esta ciudad de dos estrellas.
Tengo la luz verde.
Tengo una pequeña lucha interna.
Voy a darle la vuelta a esto.
¿Puedes leer mi mente?
¿Puedes leer mi mente?
Los viejos y buenos tiempos. El hombre honesto.
El corazón inquieto. La Tierra Prometida.
Un beso sutil que nadie percibe.
Una muñeca rota, y un gran trapecio.
Oh, bueno, a mi no me importa si a tí no te importa.
Porque no brillo si tú no brillas.
Antes de que te vayas, ¿puedes leer mi mente?
THE KILLERS
lunes, 20 de septiembre de 2010
Crónica de un lunes...
Por la mañana fui jurado para elegir reyes y reinas. La producción estuvo a la altura de las circunstancias, hasta voté a lis reyes ganadores, no así a las reinas, mi voto no alcanzó para que ellas ganaran, son las reinas morales.
Por la tarde una vez más al quirófano, de nuevo frente a las luces que parecen pequeños platos voladores girando a mi alrededor, mirándome, buscando el momento exacto para la emboscada fatal. Antes de la micro cirugía una larga espera, a tal punto que me fui de la clínica a dar vueltas por ahí, me senté en un banco dentro del cabildo, ahí estaba fresquito. Afuera la calurosa siesta empezaba a quemar preludio de la llegada de la primavera. Sobre la esquina tocaba en vivo una banda de regue, como coloreando el calorcito de los ocasionales transeúntes que caminaban por ahí. Volví a entrar a las carpas de la feria a manera de despedida imprevista (no estaba en mis planes volver hoy) recorrí algunos stand, tome algunos libros, leí sus contratapas, releí algunas hojas de Wilde, el calor seguía sin dar tregua. Me senté sobre uno de los bancos de la plaza San Martín, uno sobre él que ya estaban sentadas dos chicas que hablaban y hablaban sin respiro. Me quedé ahí haciendo tiempo, me remordía no haber llevado nada para leer, si en esta feria es cuando más he comprado y no he traído nada para leer.
Pasada una hora me dispuse a volver a la clínica, caminé lentamente las cuatro cuadras de distancia hasta entrar, anunciarme por segunda vez, de ahí sentarme a esperar y levantarme y volver a sentarme para volver nuevamente a esperar. Cuando ya eran las cinco de la tarde recién pude pasar a la antesala del quirófano, otros veinte minutos y a las seis y media (aprox.) ahí si pasé al quirófano ese que describía más arriba. La micro cirugía duro unos 5 o diez minutos, no lo sé con precisión, en esos momentos de toqueteo en uno de los ojos no hay mucho para pensar, solo soñar con que todo termine lo más rápido que se pueda, como el deseo que solía tener cuando era niño cuando las tormentas eléctricas se apoderaban de los últimos meses del año y yo ahí encerrado en mi habitación esperando que terminara, rezando cuanto santo encontrara en la casa para pedirle que deje de retumbar el piso de ruidosos truenos.
Los cinco o diez minutos que duró la operación fueron algo dolorosos, capaz que más que en la cirugía anterior, mientras el pinche de unas agujas parecían entrar y salir de mi ojo por la radio una publicidad de Coca Cola que instigaba su última promoción cuyos premios están ahí en sus tapitas, en la publicidad la voz de una señora que decía haber ganado un auto con solo abrir una gaseosa cola. La señora que hablaba era mi tía, reconocí su voz al instante, más allá de que también aclaró su apellido, que es el mío también.
Minutos después todo terminó, “Venite mañana a las 9” dijo el doc.
Por la tarde una vez más al quirófano, de nuevo frente a las luces que parecen pequeños platos voladores girando a mi alrededor, mirándome, buscando el momento exacto para la emboscada fatal. Antes de la micro cirugía una larga espera, a tal punto que me fui de la clínica a dar vueltas por ahí, me senté en un banco dentro del cabildo, ahí estaba fresquito. Afuera la calurosa siesta empezaba a quemar preludio de la llegada de la primavera. Sobre la esquina tocaba en vivo una banda de regue, como coloreando el calorcito de los ocasionales transeúntes que caminaban por ahí. Volví a entrar a las carpas de la feria a manera de despedida imprevista (no estaba en mis planes volver hoy) recorrí algunos stand, tome algunos libros, leí sus contratapas, releí algunas hojas de Wilde, el calor seguía sin dar tregua. Me senté sobre uno de los bancos de la plaza San Martín, uno sobre él que ya estaban sentadas dos chicas que hablaban y hablaban sin respiro. Me quedé ahí haciendo tiempo, me remordía no haber llevado nada para leer, si en esta feria es cuando más he comprado y no he traído nada para leer.
Pasada una hora me dispuse a volver a la clínica, caminé lentamente las cuatro cuadras de distancia hasta entrar, anunciarme por segunda vez, de ahí sentarme a esperar y levantarme y volver a sentarme para volver nuevamente a esperar. Cuando ya eran las cinco de la tarde recién pude pasar a la antesala del quirófano, otros veinte minutos y a las seis y media (aprox.) ahí si pasé al quirófano ese que describía más arriba. La micro cirugía duro unos 5 o diez minutos, no lo sé con precisión, en esos momentos de toqueteo en uno de los ojos no hay mucho para pensar, solo soñar con que todo termine lo más rápido que se pueda, como el deseo que solía tener cuando era niño cuando las tormentas eléctricas se apoderaban de los últimos meses del año y yo ahí encerrado en mi habitación esperando que terminara, rezando cuanto santo encontrara en la casa para pedirle que deje de retumbar el piso de ruidosos truenos.
Los cinco o diez minutos que duró la operación fueron algo dolorosos, capaz que más que en la cirugía anterior, mientras el pinche de unas agujas parecían entrar y salir de mi ojo por la radio una publicidad de Coca Cola que instigaba su última promoción cuyos premios están ahí en sus tapitas, en la publicidad la voz de una señora que decía haber ganado un auto con solo abrir una gaseosa cola. La señora que hablaba era mi tía, reconocí su voz al instante, más allá de que también aclaró su apellido, que es el mío también.
Minutos después todo terminó, “Venite mañana a las 9” dijo el doc.
viernes, 10 de septiembre de 2010
Cinco años
Empujándose en el supermercado,
muchas madres sollozando.
Las noticias llegaban,
nos quedan cinco años para llorar.
El conductor del noticiero gimió y nos dijo
que la tierra realmente estaba muriendo,
lloró a mares, su cara húmeda,
entonces supe que no era mentira.
Escuché teléfonos, operas domésticas, melodías favoritas;
vi muchachos, juguetes, planchas eléctricas y televisores.
Mi cerebro dolía como un almacén,
no había espacio de sobra
tuve que amontonar tantas cosas
para guardarlo todo allí,
toda la gente gorda y flaca, y toda la gente alta y pequeña,
y toda la gente nadie, y toda la gente que es alguien.
Nunca pensé que necesitaría tanta gente.
Una chica de mi edad se volvió loca,
golpeó a un niño pequeño;
si un hombre negro no la hubiera detenido
creo que lo hubiese matado.
Un soldado con un brazo roto
miraba fijamente las ruedas de un Cadillac.
Un policía se arrodilló y besó los pies de un sacerdote,
y un travesti vomitó a la vista de tal escena.
Me pareció verte en una tienda de helados,
bebiendo largas y frías malteadas,
sonreías y agitabas tus manos, te veías tan bien,
No creo que supieras que estabas en esta canción.
Hacía frío y llovía, me sentí como un actor,
y pensé en mamá y quise volver allá,
Tu rostro, tus pasos, la forma en que caminas,
te beso, eres tan bella, quiero caminar a tu lado.
Tenemos cinco años, míralos en mis ojos.
Tenemos cinco años. Cinco años, que sorpresa.
Tenemos cinco años, mi cerebro duele tanto.
Cinco años, es todo lo que nos queda.
DAVID BOWIE.
muchas madres sollozando.
Las noticias llegaban,
nos quedan cinco años para llorar.
El conductor del noticiero gimió y nos dijo
que la tierra realmente estaba muriendo,
lloró a mares, su cara húmeda,
entonces supe que no era mentira.
Escuché teléfonos, operas domésticas, melodías favoritas;
vi muchachos, juguetes, planchas eléctricas y televisores.
Mi cerebro dolía como un almacén,
no había espacio de sobra
tuve que amontonar tantas cosas
para guardarlo todo allí,
toda la gente gorda y flaca, y toda la gente alta y pequeña,
y toda la gente nadie, y toda la gente que es alguien.
Nunca pensé que necesitaría tanta gente.
Una chica de mi edad se volvió loca,
golpeó a un niño pequeño;
si un hombre negro no la hubiera detenido
creo que lo hubiese matado.
Un soldado con un brazo roto
miraba fijamente las ruedas de un Cadillac.
Un policía se arrodilló y besó los pies de un sacerdote,
y un travesti vomitó a la vista de tal escena.
Me pareció verte en una tienda de helados,
bebiendo largas y frías malteadas,
sonreías y agitabas tus manos, te veías tan bien,
No creo que supieras que estabas en esta canción.
Hacía frío y llovía, me sentí como un actor,
y pensé en mamá y quise volver allá,
Tu rostro, tus pasos, la forma en que caminas,
te beso, eres tan bella, quiero caminar a tu lado.
Tenemos cinco años, míralos en mis ojos.
Tenemos cinco años. Cinco años, que sorpresa.
Tenemos cinco años, mi cerebro duele tanto.
Cinco años, es todo lo que nos queda.
DAVID BOWIE.
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